jueves, 29 de abril de 2010

EL GOL

El jugador se revuelve al borde del área, justo en ese lugar estratégico donde el incesante rugido del público se convierte ya en ensordecedor. Lejos de amedrentarle, le da alas, y avanza, sortea a dos rivales y continúa, fiel a su propio estilo, con la meta un poco más cerca, con la oportunidad escrita en sus ojos, que son reflejo de su mente, de sus piernas y de su alma. Se escora unos metros a la izquierda, baila con la pelota prometiendo no dejarla, con mimo, con intención. Con dedicación absoluta, ya que solo existe ella. Amaga y busca espacio entre la defensa para chutar. El mundo existe a su alrededor, pero se ha parado para admirarse con su danza. Un instante más. A la espera del golpe de efecto, ese que convierte el espacio recorrido desde el centro del campo y los segundos transcurridos en un suspiro mágico de fútbol.

Levanta la vista y adivina el miedo en los ojos del portero, el último escollo, porque ya no hay nada más, ya no hay nadie más que le pueda parar. De una forma tan sutil que incluso parece fácil, cruza el balón desde la izquierda, a pocos centímetros ya de la línea de fondo. Vislumbra un guante rojo que apura una última caricia a la pelota, pero en lo que parece una muestra de lealtad eterna, ésta prosigue su camino hacia el fondo de la red.

Y él se despide de ella con la mirada, mientras corre como si no lo hubiera hecho nunca, grita hasta quedarse afónico y pierde el aliento pensando que el cielo tiene que ser algo muy parecido a esto. Permanece vivo su esfuerzo, imborrable su pasión mientras acaban desgranándose los cinco interminables minutos que restan hasta el noventa y tres. Pitido final.

Le invade una extraña sensación. Y entonces lo sabe, cierra los ojos y respira profundamente: el mundo vuelve a girar, y lo hace alrededor de su jugada maestra.

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